Este martes, la noticia de la muerte del último dirigente soviético y premio Nobel de la Paz 1990, Mijail Gorbachov, quien nació el 2 de marzo de 1931, en Privólnoye, Rusia y falleció en el Hospital Clínico Central, de Moscú, a los 91 años, recorrió las redacciones de todos los medios informativos del mundo. Su legado histórico lo representan los grandes cambios realizados por él, que dieron forma a la Rusia moderna y a la suscripción de un tratado sobre armas nucleares.
El mejor epítome de su trayectoria lo reseñó el periodista y escritor español Argemino Barro, quien señaló que Gorbachov “intentó reformar un sistema que se demostró irreformable”.
Lo apodaban el secretario mineral porque prácticamente era abstemio: una de las muchas características que diferenciaban a Mijail Gorbachov, último líder de la Unión Soviética, de los dictadores rojos que lo precedieron. Relativamente joven, enamorado de su mujer, de talante abierto y voz timbrada en las tablas del teatro universitario, nadie se imaginaba que este señor amable del sur de Rusia, capaz de mezclarse con la gente y de hablar sin tener que leer un papel, sería capaz, en seis años, de poner fin a la Guerra Fría y hundir ese Imperio ruso camuflado que fue la Unión Soviética. Hitos celebrados en el mundo entero salvo en su propio país, Rusia, que ahora mismo se empeña en liquidar las herencias de la perestroika, dijo el autor de Una historia de Rus: crónica de la guerra en el este de Ucrania.
Especializado en temas rusos y recientemente radicado en Nueva York, como corresponsal del diario español “El confidencial”, Barro consideró que la muerte de Gorbachov ha tenido lugar “en plena invasión rusa de Ucrania y en plena demolición de las libertades conseguidas bajo su batuta a finales del siglo pasado”.
La última participación de Gorbachov en los medios electrónicos fue el 3 de abril de 2020, referente a diversos comentarios sobre la epidemia de Covid-19 y anteriormente, su recomendación a releer un artículo suyo publicado el 19 de enero 2007 en las páginas del Wall Sreet Journal, en el cual reiteraba su preocupación por una nueva escalada armamentista nuclear.
“Durante los últimos 15 años, el objetivo de la eliminación de las armas nucleares ha estado tan en segundo plano que se necesitará un verdadero avance político y un gran esfuerzo intelectual para lograr el éxito en este empeño”, mencionó Gorbachov y agregó que era preciso “volver a poner en el orden del día el objetivo de eliminar las armas nucleares, no en un futuro lejano, sino lo antes posible. Vincula el imperativo moral, el rechazo de tales armas desde un punto de vista ético, con el imperativo de garantizar la seguridad. Cada vez es más claro que las armas nucleares ya no son un medio para lograr la seguridad; de hecho, cada año que pasa hacen más precaria nuestra seguridad”.
En su certero comentario, el hombre que sabía de lo que hablaba, expuso que “la ironía, y un reproche para la generación actual de líderes mundiales, es que dos décadas después del final de la Guerra Fría, el mundo todavía está cargado con vastos arsenales de armas nucleares, de los cuales incluso una fracción sería suficiente para destruir la civilización. Al igual que en la década de 1980, enfrentamos el problema de la voluntad política: la responsabilidad de los líderes de las principales potencias de cerrar la brecha entre la retórica de la paz y la seguridad y la amenaza real que se cierne sobre el mundo”.
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La muerte de quien encabezara la Unión Soviética de 1985 a 1991, ha suscitado diversas reacciones, especialmente el reconocimiento de los dirigentes a nivel mundial, entre ellos la del presidente ruso, Vladímir Putin, quien mediante el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov expresó su «profundo pesar” por la muerte del último líder de la URSS.
El presidente francés, Emmanuel Macron, dijo que fue “un hombre de paz cuyas elecciones abrieron un camino hacia la libertad para los rusos. Su compromiso con la paz en Europa cambió nuestra historia común». Boris Johnson, primer ministro de Reino Unido, reconoció el valor de Gorbachov. «Siempre admiré el coraje y la integridad que mostró al llevar la Guerra Fría a una conclusión pacífica. En una época de agresión de Putin en Ucrania, su incansable compromiso de abrir la sociedad soviética sigue siendo un ejemplo para todos nosotros», dijo en Twitter.
El dirigente de la ONU, António Guterres, definió a Gorbachov como «un hombre único que cambió el curso de la historia. Hizo más que cualquier otro individuo por poner un punto final pacífico a la Guerra Fría». La negociación, la reforma, la transparencia y el desarme fueron sus principales luchas, además de su compromiso con la causa ambientalista –reconoció.
Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en su cuenta personal de twitter calificó a Gorbachov como “un líder confiable y respetado, que jugó un papel crucial para poner fin a la Guerra Fría y derribar la Cortina de Hierro y abrió el camino para una Europa libre. Este legado es uno que no olvidaremos”.
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Como enviado especial del diario Unomásuno –durante su histórica visita a Cuba en abril de 1989–, tuve ocasión de seguir en primera persona su primera gira por una nación latinoamericana y especialmente recuerdo la oportunidad que tuve de preguntarle durante la conferencia de prensa –sólo lo hicimos una decena de comunicadores de casi 200 presentes en el auditorio–, y minutos más tarde, recibir personalmente su felicitación por haber entrevistado a su esposa Raisa.
Poco después de que la conferencia había terminado –al pasar por una estancia de acceso restringido, donde me había convocado a un café Fidel Fidelito Castro Díaz-Balart, el físico nuclear, de entonces 40 años, único hijo del matrimonio conformado por el líder cubano y Mirtha Díaz Balart, y quien se suicidó hace unos 4 años–, Gorbachov, acompañado por el Comandante isleño, entró y saludó a una veintena de personas que allí nos encontrábamos.
De cara redonda, piel ya bronceada por el apabullante sol del Caribe, de aproximadamente 1.75 m de altura, sobre la frente de Gorbachov, al lado derecho, sobresalía la mancha de nacimiento –producto de una malformación vascular capilar–, identificada como hemangioma plano o nevus flammeus, que le marcó de por vida.
Al igual que lo hizo Fidelito, al pasar junto a nosotros, me incorporé. Fidel Castro advirtió la presencia de su hijo y se lo comentó a Gorbachov, quien bromeó con él en ruso y al verme de nuevo –luego de haber interactuado en el encuentro con los periodistas–, Gorbachov tuvo la deferencia de detenerse un momento y apoyado en su traductor, agradecerme por la entrevista que yo le había hecho a Raisa, la mujer con la que se casó en 1953, y convivió hasta septiembre de 1999, cuando ella murió de leucemia en un hospital de Münster, Alemania, a los 67 años. Obviamente, también saludé al dirigente cubano, quien siempre se mantuvo al lado del líder soviético.
Gorbachov me dijo que ella no acostumbraba hablar con la prensa, y que sin embargo le había dicho que al salir de la casa de Hemingway había sido entrevistada por un periodista mexicano, que quedó como la única entrevista que ella concedió durante su estancia en La Habana.
Comentó que pronto visitaría a México y, al despedirse, me dio una cordial palmada en el hombro. En ese momento no me quedó duda que la sencillez era también uno de sus grandes distintivos. Hoy, al paso de los años y la lectura de las numerosas reseñas con motivo de su fallecimiento a cuestas, puedo reiterarlo.
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La visita del presidente Mijail Gorbachov a Cuba comenzó el domingo 2 de abril de 1989. El secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) llegó a La Habana a las 17:50 horas para dar inicio a una visita oficial que concluiría el miércoles 5, en lo que fue su primera gira a Cuba y la única que había realizado por América Latina desde que asumió el poder, el 2 de marzo de 1985.
En la Habana, como enviado del periódico Unomásuno, reseñé que la visita del líder soviético a Cuba había puesto fin a una serie de conjeturas que apuntaban a un supuesto distanciamiento entre los dos países.
Su recibimiento en el Aeropuerto Internacional José Martí, fue impresionante. Lo esperaban, además de Fidel Castro y su gabinete en pleno, más de medio millón de cubanos que coparon todas las vialidades, a lo largo de 30 kilómetros, hasta la zona residencial de El Laguito, en la cual se ubicaba la denominada Casa de Protocolo, donde se hospedaría el ilustre visitante. La frase “Camarada Gorbachov, bienvenido a Cuba” se multiplicó entre la espontánea ovación popular, los saludos y vivas que se desgranaron desde el momento mismo en que él apareció al abrirse la escotilla del jet de Aeroflot que lo transportaba. Fidel Castro lo abrazó y palmeó en repetidas ocasiones, rompiendo con el protocolo acostumbrado en este tipo de recibimientos.
“Latinoamérica tiene un excelente porvenir; el continente se encamina por una gran vía y se prepara para ser el gigante del futuro” subrayó Gorbachov. Luego de calificar de “conmovedor” el recibimiento popular del que fue objeto, sostuvo que todo estaba claro “en la amistad entre Cuba y la Unión Soviética, en los corazones, en los rostros, en el alma”.
Ambos dirigentes abordaron temas de interés común, así como el conflicto centroamericano, la deuda externa y el desarme. El presidente soviético dejó en claro que la perestroika no era un remedio universal para todos los países socialistas y –ante la Asamblea Nacional Cubana–, propuso una iniciativa mundial para superar el subdesarrollo, promover la desmilitarización de Latinoamérica y una solución regional del conflicto centroamericano, así como la suspensión de todo suministro de armas a la zona. Caso contrario, advirtió, Moscú seguirá proporcionando armas a Nicaragua, mientras Estados Unidos continúe este flujo hacia naciones centroamericanas.
Al finalizar la visita de Estado, Fidel Castro y Gorbachov ofrecieron una conferencia de prensa conjunta, durante la cual el líder soviético Indicó que su país no condonaría por el momento la deuda externa de Cuba y propuso en cambio una conferencia internacional sobre el débito. El presidente cubano vaticinó por su parte, que la dictadura chilena caería en las próximas elecciones si la oposición se presentaba unida.
Horas antes de abandonar Cuba –luego de 3 días de visita a la isla–, durante un encuentro con los periodistas acreditados, afirmó que, con la perestroika y el proceso de rectificación promovido por Castro, los dos países irían por el mismo camino, aunque utilizando diferentes métodos.
Al responder una pregunta del enviado de Unomásuno, el dirigente soviético dijo que no sabía cuándo viajaría a México y no podía adelantar qué país latinoamericano visitaría en el futuro próximo. Explicó que reconocía el diálogo político sostenido entre los países del área y que estos intercambios se mantuviesen con regularidad. “Valoraremos –dijo–, la colaboración y el desarrollo que se ha observado en los últimos años en el continente latinoamericano”.
Gorbachov fue despedido el miércoles 5 de abril de 1989, luego de suscribir con su homólogo un tratado de amistad y cooperación que reafirmó 30 años de relaciones diplomáticas entre ambos países.
El dirigente cubano, al dar respuesta a las preguntas de los reporteros, señaló que de entre todos los jefes de Estado extranjeros, Gorbachov era quien más tenía derecho a ser condecorado con la orden José Martí, el máximo galardón que otorga Cuba. Sin embargo –dijo–, esta presea no le fue impuesta al dirigente soviético, porque de acuerdo con la nueva era en la URSS, eso ya no se estilaba, dado que en el pasado se había abusado de las condecoraciones. No obstante, Castro exclamó bromista que “si no hubiera existido este impedimento, se la hubiéramos entregado más de 3 veces”.
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Mi inolvidable encuentro con Raisa Gorbachova
La Habana, martes 4 de abril de 1989. Desde el momento mismo de llegar a la vieja propiedad de Ernest Hemingway –hoy transformada en un museo nacional–, Raisa, la esposa de Mijail Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), quién se encuentra de visita oficial en Cuba, demuestra su interés por la propiedad y los objetos que pertenecieron al célebre escritor.
Raisa Maksomovna Gorbachova, la única “Primera dama” que tuvo la URSS, estudiante brillantísima desde la secundaria y doctorada en sociología por la Universidad Estatal de Moscú, traspone el corto trayecto hasta la casa principal y recibe el saludo afectuoso de Gladys Rodríguez, la directora del lugar, de Vilma Espín, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas y del escritor Lisandro Otero. Momentos después, dos pequeñas le hacen entrega de un ramo de orquídeas.
Mientras sube los trece escalones hasta el umbral, bajo el sol cuya luz se intensifica por la fachada blanca de la mansión de Hemingway, Raisa pregunta:
–¿Se puede ver el mar desde aquí?
La construcción realizada en una pequeña colina, en su totalidad abarca nueve hectáreas y fue habilitada con una torre de aproximadamente tres pisos, construida por su esposa Mary Walsh, a fin de que el escritor se aislara. Hasta aquí por una pequeña escalera metálica, subiría Raisa a ver el mar, observar el océano azul, del mismo color que su vestido y contemplar esa prolongación de palmeras reales, nochebuenas, flamboyanes, arecas y gruesos colguijos de orquídeas que parasitan en los frondosos y añejos árboles, muchos de ellos sembrados por el propio Hemingway, y otros más traídos en retoños desde África, donde él pasaba largas temporadas de caza.
La historia de la finca se remonta hasta el siglo XIX, pero su fama se acrecienta a partir 1939, cuando Hemingway, en compañía de la escritora y corresponsal de guerra estadounidense, Marta Gelhorn–, alquila la propiedad y un año más tarde la adquiere para establecer ahí su residencia definitiva, de la que se dice es un lugar mágico porque en ella se gestaron varias de las novelas del escritor. Allí fueron escritas Por quién doblan las campanas; El jardín del Edén; A través del río y entre los árboles y también El viejo y el mar.
Luego de su muerte por suicidio –en julio de 1961 en Sun Valley, Idaho–, su viuda Mary Welsh –una vez retirada la infinidad de obras de arte de todo tipo por la propia familia, entre ellos los cuadros, esculturas, libros y trofeos más valiosos, la donó al pueblo y al gobierno cubano el 23 de agosto de 1961 y fue inaugurado como museo el 21 de julio del año siguiente. Más de 87 mil personas lo visitaron en 1988 y la única transformación recibida es la conversión del garaje y el pequeño taller de reparaciones, en una oficina del museo donde este mediodía, Raisa firma el libro de visitantes distinguidos y –al par de escribir un corto pensamiento–, entrega un reloj de pulso a Gregorio Fuentes, el viejo capitán de Hemingway, quién a bordo del Pilar, condujo al escritor en sus andanzas por el mar.
Le explican que el nombre de la embarcación es una alegoría de la republicana Pilar, una guerrillera española, gitana voluntariosa, ruda y valiente, que luchó en la guerra civil española, personaje notable de su novela Por quién doblan las campanas, publicada en 1940.
La esposa de Mijail Gorbachov –originaria de Rubtsovsk en la antigua Siberia Occidental y quien el pasado 5 de enero cumplió 57 años, hija del ingeniero ferrocarrilero Maksim Andreevich Titarenko y Aleksandra Petrovna Parada–, no ha perdido detalle de lugar. En algún momento, al pasar por la recámara de Hemingway, pregunta intrigada qué hace esa vieja máquina de escribir Royale, portátil, colocada en un mueble tan alto, semejante a un librero de madera y no sobre una mesa o un escritorio. Le dicen que el literato, durante 17 años, escribió de pie sus últimos libros, dado que tenía fuertes dolores en las piernas, a causa de unas esquirlas de granadas, incrustadas en sus extremidades.
Admira luego en su recorrido los enormes trofeos de caza y los cuadros de las paredes en los que sobresale un cartel taurino de una corrida en Madrid, del lunes 28 de agosto de 1933, en la que torearon Fermín Espinoza Armillita chico y Domingo Ortega. Así también descubre las viejas botellas del bar en la sala; los mismos recipientes originales, las añejas botellas y los mismos vasos; las lámparas de piel, los sillones cubiertos, sus muchos libros y sus documentos personales.
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Desde que arribamos a la antigua residencia de Hemingway, ubicada en San Francisco de Paula, localidad distante unos 12 kilómetros de La Habana, he tratado de ubicarme cerca de Raisa, hasta donde me lo permiten los guardaespaldas soviéticos y los celosos funcionarios y agentes del gobierno cubano y los muchos colegas, que, como yo, aspiran a una nota exclusiva.
Me he propuesto entrevistarla o al menos hacer el intento, porque las medidas de seguridad son extremas. Y eso es comprensible, por tratarse de la esposa del topoderoso dirigente de la URSS.
Mentalmente he dibujado un trazo de lo que será su recorrido final, hasta abordar nuevamente el vehículo en el que ella ha llegado. Considero que minutos antes debo apartarme discretamente del medio centenar de periodistas internacionales, de los casi mil que por todo el país cubren esta visita de Estado. Así lo hago. Intento pasar desapercibido y me coloco en la intersección de un murete de piedra, a unos cuantos metros de donde se hallan estacionados los autos que conforman la comitiva oficial.
De pronto la distingo entre el tropel de personas que le acompañan. Al verla, a pocos metros, me decido. Sé a lo que me arriesgo al tratar de interrumpir su paso. El grupo de periodistas detiene su avance, frenados por la barrera de agentes y guardaespaldas que les impide proseguir el paso hasta donde se halla el convoy. Preservo mi nivel de adrenalina al máximo, por lo que intentaré; y quiero quitarme las gafas que me protegen del sol, porque un rostro limpio genera más confianza, pero no tengo tiempo.
–Señora Raisa, ¿qué le ha parecido su visita a la casa de Hemingway? –exclamo a su paso. Parece que seguirá de largo. Sin embargo, para mi fortuna, al escuchar su nombre, ella voltea a verme, con una inflexión de asombro y curiosidad. Para entonces ya he sido rodeado por varios guardaespaldas. Uno de ellos, me toma del brazo derecho; una garra que me presiona, sin soltarme, hasta que ocurre lo inesperado.
Con un ademán, Raisa Gorbachova detiene su andar y camina suavemente hacia donde yo estoy. Intuye que soy periodista, por el gafete-credencial que, a la vista, pende de la bolsa de mi camisa. Su traductor, un ruso rubio y enorme, frente sudorosa, se integra como una centella, y entonces, inicia el diálogo pregunta-traducción-respuesta-traducción, con la ahora paciente y cordial dama, de rostro inicialmente sorprendido.
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Raisa está de pie, frente a mí, sobre el mismo camino que recorriera el legendario escritor estadounidense Ernest Hemingway en su finca Vigía–. Me presento rápidamente y le explico que soy un periodista mexicano del diario Unomásuno. Con más serenidad, le repito que me gustaría saber su opinión sobre la visita a la finca. Responde:
–Sin duda, para mí es una gran felicidad estar aquí. No podía dejar de visitar este lugar y me siento verdaderamente muy contenta de estar en la casa donde trabajó, pensaba y escribía este gran escritor contemporáneo, el gran ciudadano Hemingway –dice. Su voz es suave, rítmica.
–He podido admirar sus pertenencias, sus muebles, sus cuadros y saludar a algunos de sus amigos, como el señor Fuentes, que le llevaba al mar en su barco. Ha sido muy emotivo este recorrido. Me voy muy satisfecha de esta visita.
El rostro aparentemente poco expresivo de esta mujer, de distintiva personalidad, que por la naturaleza del idioma se manifiesta con amplios intervalos, pausas que son aprovechados por el traductor –ese hombre que pareciera no resistir más bajo este sol agotador de l
a costa y de cuya cara excesivamente roja resbalan numerosas gotas de sudor–, conforme escucha las preguntas, denota cierta curiosidad.
Al menos puedo interpretar –por sus ojos entrecerrados al mirarme–, que demuestra interés y parece ya no mostrar tanta prisa por marcharse. De la sorpresa, Raisa ha pasado a la aceptación y la inesperada entrevista le permite comentar su gran admiración por Hemingway; al paso de los minutos se ha vuelto más accesible. En estos momentos deseo intensamente haber podido dialogar con ella en otras condiciones.
Con un abrir y cerrar de ojos –y tal vez con un ademán con la muñeca–, desdeña el apuro de los miembros de su escolta. Le pregunto si conoce bien la obra de Hemingway. Me responde:
–Siempre que escucho una pregunta de ese tipo sobre él, me siento un poco sorprendida y más en estos tiempos. Para mí sería difícil imaginar que hoy, en la en la actualidad, no existiera una persona ilustrada en este mundo, que no haya leído a Ernest Hemingway. Yo creo que todos lo hemos leído, aunque claro está, cada quien tiene su obra preferida.
–¿Cuál es la suya, la que más le ha impactado o más le ha gustado? –le pregunto.
A mí, la que más me ha gustado, por ejemplo, es The Sun Also Rises (La Fiesta) o The Old Man And The Sea (El viejo y el mar). Son obras muy bellas –recalca. Deseo que la conversación se alargue. Raisa se mantiene atenta y, al parecer, dispuesta, pero el tiempo se escabulle.
El apuro de los miembros de su escolta y un brusco, pero discreto tirón hacia afuera, por parte de uno de sus guardaespaldas –quién todo el tiempo ha mantenido mi brazo firmemente sujeto a su manaza–, interrumpen la charla. Sé que ya no debo insistir; conozco las reglas y la cortesía o más bien la prudencia, me ha enseñado a interpretar y acatar este tipo de señales.
–Spasiva Balchoe (Muchas gracias) –me dice Raisa y sonríe. Me extiende la mano en señal de despedida. La tomo cordialmente y luego, automáticamente, como un acto bien ensayado por su equipo de seguridad, al girar ella, se abren al unísono las portezuelas de los tres vehículos negros, largas limusinas, y todos sus acompañantes en esta visita, se marchan. Su estancia en la finca Vigía ha durado poco más de una hora y ya he logrado mi exclusiva.