Javier Corral Jurado, el exgobernador de Chihuahua, debe estar pasando el momento más complicado de su vida pública. Repudiado en su estado, apestado en su partido (Acción Nacional), un incierto futuro político y convertido en lame suelas del presidente al que antes cuestionó y desafió.
Desde joven se distinguió por su sólida oratoria en Ciudad Juárez, donde se crió y estudió, aunque nació en El Paso, Texas. Siendo adolescente comenzó en la política montado en la ola ciudadana del verano ardiente de 1986 -a sus 20 años- cuando su tío, Francisco Barrio Terrazas, fue supuestamente despojado del triunfo electoral por la gubernatura de Chihuahua. Desde entonces no ha hecho otra cosa, solo ha vivido de la política y de algunos cargos públicos. Al joven Javier Corral le atribuían, en Chihuahua, cualidades inmerecidas gracias a su facilidad de palabra y habilidad en el debate. Fue un estudiante inconsistente y lector
voraz. Algunos por allá lo veían con un halo, injustificado, de intelectual. Así esculpió su carácter arrogante e intolerante.
Fue senador, diputado federal. Supo enarbolar la indignación y hartazgo de los chihuahuenses, se atribuyó el papel de paladín anticorrupción. Así se convirtió en gobernador y decepcionó.
Hoy muchos le reprochan que no hizo nada por Chihuahua. Que solo se dedicó a perseguir a su antecesor, César Duarte, pero fracasó en llevarlo ante la justicia y encarcelarlo por corrupción.
Será recordado como el peor gobernador de Chihuahua en las últimas décadas. Como el banal que aprendió a jugar golf y tenis en su gobierno, mientras el estado se tapizaba de muertos. El que viajaba en avionetas privadas con todo y sus mascotas, Galo y Greta. El gobernador que no hizo una sola obra de infraestructura importante en todo el estado durante seis años. El que trabajaba de 9 a 3. El gobernador que fue incapaz de manejar la emergencia por la pandemia de coronavirus, ni fortaleció al sistema de salud estatal. Como el bravucón que se engalló contra Andrés Manuel López Obrador y luego se convirtió en su lacayo. Como el arrogante que despreció a la prensa local y se peleó con los medios nacionales. Como el que persiguió y encarceló a exfuncionarios manipulando y presionando a jueces y ministerios públicos. Javier Corral será recordado como el traidor a su partido, el autoritario que quiso imponer a su sucesor y, cuando fracasó, persiguió judicialmente, con todo el peso del gobierno, a la candidata panista, Maru Campos.
Hoy, ante las evidencias de su desastroso gobierno, que dejó una deuda histórica de 75 mil millones de pesos, un desorden administrativo inédito, aviadores disfrazados de becarios, torturas a exfuncionarios y políticos de oposición para armar casos de corrupción del pasado, Corral recurre a lo segundo mejor que sabe hacer: victimizarse. Se dice perseguido y objeto de una campaña política y mediática en su contra. Ya veremos si su discurso lo blinda ante las evidencias.