ARNULFO VALDIVIA MACHUCA

La transformación del cuarto

Sobre la mesa del cuarto había un florero. Había pertenecido a la bisabuela Colorina. Todos los días lo llenaban de fragantes flores, que alegraban la vista al entrar. La mesa del cuarto, por lo tanto, era la mesa del florero. Nada más se ponía sobre ella, porque era del florero.

A la muerte de la abuela Bizantina, una nueva inquilina llegó a la casa. La nieta Limpiaflor, heredera de aquella hermosa propiedad, definió a su arribo que el suyo sería un tiempo de transformación. Lo primero que decidió fue quitar el florero. Le parecía anticuado, folclórico y bastante feo. Instalada en ese estilo minimalista, tan de moda entre su generación, decidió dejar la mesa vacía. Ahí empezaron los problemas.

A los pocos días, surgió una pandemia y la otrora mesa del florero pronto se convirtió en la mesa de los desinfectantes. Molesta, Limpiaflor retiró los desinfectantes y advirtió: “el estilo del cuarto es minimalista, aquí no se ponen desinfectantes”. La mesa permaneció vacía durante dos días, hasta que empezó a ser la mesa de las compras. Todo quien llegaba a la casa, la usaba para poner bolsas de víveres. Ofendida, la joven ama de casa sentenció: “el estilo del cuarto es minimalista, sobre esta mesa no se ponen compras”. La mesa continuó asumiendo sucesivas e insospechadas personalidades cada tres días;  todas aborrecidas por la damisela: fue la mesa de las herramientas, la mesa las aguas, la mesa de las toallas. Un día, cansada, Limpiaflor quitó la mesa. Durante dos días, el espacio permaneció vacío, hasta que al tercero apareció, ahora sobre el piso, otra colección de desinfectantes. Ya sin la mesa, se convirtió en el piso de los desinfectantes y la historia reinició.

Así son las transformaciones mal planeadas. Limpiaflor quitó el florero, pero al dejar la mesa vacía, el espacio se llenó de objetos inesperados e indeseados. Extinguir instituciones obsoletas es fundamental si de lo que se trata es de transformar, pero es obligación del transformador crear las nuevas instituciones y asegurarse de que cumplan el objetivo de las anteriores, de mejor manera. Destruir sin suplir es auto condenarse al fracaso y condenar con ello a las organizaciones y a los países a una deriva sin fin. Transformar es en realidad hacer lo que la palabra misma significa: dar una forma alternativa a algo que ya existe. Sin la forma alternativa, la transformación no es cambio hacia algo, sino destrucción irracional de lo existente y, por lo tanto, regreso a lo ya inexistente; es decir, un retroceso al vacío.

“Pon de nuevo la mesa del florero con un florero que te guste”, sugirió el sabio tío Burgundóforo. Y así, la mesa volvió a tener sólo el florero y las flores. Y nadie volvió a llenar el vacío con estupidez, porque simplemente no había vacío por llenar. Hasta aquí la anécdota floral de tu Sala de Consejo semanal.

 

 

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