ARNULFO VALDIVIA MACHUCA

Tú me acostumbraste

@arnulfovaldivia

Decía el poeta Juan Gabriel, en voz de la inmortal Rocío Durcal, que “no cabe duda, que es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor.” Filosofía pura; sabiduría musical; verdad innegable convertida en verso. Y WhatsApp lo sabe, lo canta, se beneficia y se regodea, sobre todo cuando se cae, deja al mundo confundidamente incomunicado y más ansioso que novia abandonada en torno al momento glorioso en que él reaparecerá.

Pero, ¿cómo surgió WhatsApp y por qué dependemos tanto de un servicio poco óptimo y con más problemas que drogadicto pobre?

En septiembre de 2007, los cofundadores Brian Acton y Jan Koum decidieron que estaban hartos de trabajar en Yahoo, renunciaron y con sus ahorros se dedicaron a viajar. Dos años después, cansados y sin dinero, decidieron volver a California para proponerle a Facebook su gran idea: un sistema de comunicación que reemplazara al decadente Blackberry. Zuckerberg se burló en su cara. Sin mucho que perder, en 2009 decidieron crear ellos mismos el app que inicialmente llamaron “WhatsUp”, que se traduce a “Hola ¿que tal?”, hoy WhatsApp.

La aplicación efectivamente fue revolucionaria, porque antes la comunicación instantánea dependía del hardware; es decir, de tener un Blackberry. De la noche a la mañana se volvió un tema de software: cualquier persona con un celular podía acceder. Whatsapp se construyó con un valor en mente: la confiabilidad. De ahí que hoy, antes de pensar que se cayó WhatsApp, desconectas el internet, insultas a Telmex, y reinicias la computadora y el celular. Ése es el valor de construir un sólido atributo de marca. La base tecnológica de WhatsApp no fue nunca sofisticada por ser creada en un garage, pero siempre fue confiable.

En 2014 Facebook debió tragarse su orgullo y falta de visión y, ante el valor que les aportaba WhatsApp, compraron en 19 mil millones de dólares la empresa de quienes hacía 5 años habían rechazado. Con un problema: era un servicio confiable pero tecnológicamente pobre.

¿Por qué demonios no nos cambiamos entonces todos a Telegram, que es una plataforma infinitamente superior en todo sentido? Ya lo dijo Juan Gabriel y lo reforzaría la inolvidable Olga Guillot: “Tú me acostumbraste a todas esas cosas, y tú me enseñaste que son maravillosas… por eso me pregunto al ver que me olvidaste, por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti…”

Telegram es muy superior pero sin atributos de marca. WhatsApp es inferior pero se percibe confiable y familiar ¿La lección? Construye atributos personales, empresariales o de producto, apégate ferozmente a ellos y entonces generarás lealtades tan irracionales como la de WhatsApp, donde es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor. Aquí el consejo musical de tu Sala de Consejo semanal.

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