ARNULFO VALDIVIA MACHUCA

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El guión no podría ser más centennial que este. Un apuesto y acomodado galán se acerca a una misteriosa pero atractiva jovencita. Ante la evidente belleza de la joven, el galán le propone matrimonio y lo anuncia a los cuatro vientos. La chica, inteligente y orgullosa, de inmediato se niega a otorgar sus favores al apuesto mozo, incluso sabiendo que en el fondo desea ese matrimonio y que, en gran medida, es el camino hacia todos sus sueños. El galán insiste y, a pesar de los constantes rechazos, un día se apuesta frente a la ventana de la altiva damisela y le informa que no se moverá de ahí hasta que obtenga su mano. Después de interminables excusas, evasiones, amenazas y desaires, la joven finalmente acepta cenar con el insistente pretendiente. En la primera cena, el flechazo de Cupido: los ojos de ambos brillaban con deseo y pasión, con amor y anhelos compartidos. En días siguientes no se separarían y gritarían su amor por todo lo alto y ancho del universo. Los amigos de la una y el otro estaban azorados pero felices. Preveían que la unión generaría una pareja poderosa y exitosa; un matrimonio perfecto, armado en el mismísimo cielo.

 

Pero un día los golpearía la realidad. Antes de formalizar la fecha de la boda y pagar los servicios, el joven exigió conocer algunos secretos de la enigmática doncella. Empezaron los problemas. Ella se negó a contarle temas importantes sobre su ser y su hacer pasado. Si bien él seguía perdidamente enamorado de ella, había grandes porciones de esa vida encubierta que le inquietaban. Para él, eran hechos, sucesos y datos fundamentales para estar tranquilo y saber que podían construir una vida juntos. Pero entre más preguntaba él, más escondía ella. Un mal día, con el corazón roto, él le confesó su sentir: así no podría continuar. Rompió el compromiso y le pidió el caro anillo de brillante de regreso. Ella se negó. Le advirtió que no rompería el compromiso, sucediera lo que sucediera. Él huyó y no volvió a hablarle. Ante el desprecio, la dama tomó una decisión: el joven se casaría con ella, costara lo que costara y llamó a sus abogados. Días después el joven recibió en su casa un documento. Era una demanda en la que la joven le exigía casarse con ella porque, además de ilusionarla, la había evidenciado tanto en sociedad, que nadie querría casarse con ella después. La única forma de retirar la demanda, le dijo, era que se casara con ella, así no la quisiera. Ante la afrenta, el joven desilusionado contrató a los mejores abogados que pudo y decidió continuar así su relación: en tribunales.

 

Twitter se llama la dama, Elon Musk el caballero. Twitter esconde demasiado, dice Musk. Musk quiere saber demasiado, dice Twitter. Y como toda historia de amor hiper publicada en redes, acabará mal y en las manos de un juez. Es otra boda que acabó mal en tu Sala de Consejo semanal.

 

@arnulfovaldivia

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