CARLOS RAVELO

En las Nubes / Aún sigue la ejecución de periodistas 

Hagamos una pequeña interrupción a nuestro comentario sobre la ejecución, que aún sigue, de periodistas.

Después del siguiente texto, continuamos.

Don Fernando Alberto Irala Burgos, prominente escritor y colega periodista nos hace ver que hace apenas tres meses llegó a nuestras vidas, las de los mexicanos, el Covid-19, luego de un arranque devastador de la epidemia por China, Europa y Estados Unidos.

Desde entonces su impacto mortal no ha cesado y, por el contrario, hasta hoy no ha dejado de crecer día con día en territorio nacional.

Febrero se despidió de nosotros con la aparición de los primeros casos del contagio en México.

Marzo fue el mes de la angustia en sectores diversos de la sociedad, que presionaron por el inicio de la cuarentena, mientras en el gobierno se sostenía que aún era muy pronto, hubo incluso quien recomendó que siguiéramos abrazándonos porque no pasaba nada, y todavía se permitieron grandes aglomeraciones, como el Vive Latino en la Ciudad de México.

No pasaba mucho, ciertamente, pues el mes cerró con sólo veintiocho defunciones, pero distintas instituciones y gobiernos estatales, ante el pasmo del poder federal, optaron por desmovilizar escuelas, oficinas y otros centros de trabajo.

En abril se generalizó la cuarentena, en opinión de algunos de manera tardía, y por lo menos en el área metropolitana se aplicó “a la mexicana”, es decir, esencialmente cada quien hizo lo que quiso.

Al concluir el mes ya habíamos acumulado mil 859 fallecimientos.

De un mes a otro pasamos de unas pocas decenas a los miles de muertes.

En mayo el destino nos alcanzó.

La versión oficial sostenía que a principios de este mes la curva de contagios y muertes se aplanaría y luego comenzaría su descenso.

No ha ocurrido ni una ni otra cosa.

Cerramos el mes con una cifra de decesos superior a los diez mil, y nos posicionamos en la lista de los diez países donde el virus ha sido más letal.

Iniciamos junio, y en ese ejemplo de orden y congruencia que es el gobierno mexicano, lo mismo nos dicen que la pandemia ya se domó, que la jornada de sana distancia terminó.

Sin embargo, el riesgo persiste, que los contagios están en su punto más alto y que la pérdida de vidas continuará por cientos a diario.

Entre la premura de unos por reanudar actividades, una infección en evolución que no tiene ni vacuna ni tratamiento eficaz conocido.

Un sistema de salud devastado y agotado, con una población vulnerable que acumula puntos débiles derivados de una deficiente alimentación.

Un envejecimiento que empieza a pesarnos como sociedad, el pronóstico es tan simple como desalentador: nos va a ir muy mal.

Es notable y asombrosa la estupidez de quienes creen que mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social.

Luego de leer a don Fernando refrendamos por qué la memoria y la palabra, no pueden ser asesinadas.

Pésele a quien le pese.

Sobre todo, a la autoridad a la que le recordamos aquel 30 de mayo de 1984 un miércoles que murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.

Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se ha hecho sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México.

Bajó al estacionamiento público en donde guardaba su auto.

Ahí, en la puerta, fue emboscado.

Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.

Nos lo recuerda Quadratin y coincidimos con Miguel Angel Sánchez Armas, in memoriam.

Es la insistente esperanza de que algún día sabremos la verdad.

Quién tomó la decisión.

Quién organizó el operativo.

Quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo.

Quiénes protegieron –o eliminaron- a los pistoleros.

¿Los que purgaron condenas por el homicidio son realmente los responsables?

El supuesto autor material niega su participación y el sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del periodista fue parte de un complot que por supuesto nadie está en condiciones de probar.

Si no ley, una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo.

Y los de los periodistas menos. Jamás.

Manuel Buendía se transformó en un símbolo cuando aún no exhalaba el último aliento.

craveloygalindo@gmail.com

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