La agenda de salud está dominada por hombres: ellos dirigen el 70% de las organizaciones de salud global y presiden el 80% de sus consejos.
Esta dominancia se impone a una salud pública que resulta inconcebible sin las mujeres: ellas son el 70% del personal sanitario global, proveen servicios de salud y cuidados a cerca de 5 mil billones de personas en todo el mundo, y sus contribuciones a la salud se estiman en 3 mil billones de dólares anuales. Además debemos considerar que la mitad de esas contribuciones no se remunera (OMS).
Las mujeres tenemos distintas necesidades a las de los hombres. Las mujeres utilizamos más los servicios de salud reproductiva; las enfermedades no transmisibles y las cardiovasculares provocan el mayor número de defunciones; la depresión es más frecuente; el cáncer cérvicouterino y de mama siguen cobrando la vida de millones de mujeres; así como cada año mueren más de medio millón de mujeres como resultado de complicaciones derivadas del embarazo o el parto (UNICEF).
Participé en un foro virtual para América Latina y el Caribe sobre la explotación sexual, abuso y acoso en la salud global, convocado por la organización Mujeres en la Salud Global (WiGH) – organización que da mayor visibilidad a la subrepresentación de mujeres en posiciones de liderazgo en el sector y promueve la igualdad en la toma de decisiones en el sector salud a nivel global -. Los datos que compartieron resultan interesantes: sólo 8 países de la región han ratificado el Convenio 190 de la OIT sobre la violencia y el acoso en el trabajo, y en algunos países no existe legislación que apoye la igualdad de género en el trabajo.
Al excluir a las mujeres de las posiciones de liderazgo en la salud, también se nos discrimina de las decisiones que repercuten en nuestras vidas como son las legislaciones, presupuestos y políticas que impactan tanto en las profesionales del sector como en las mujeres y niñas que requieren de estos servicios. Es decir, si queremos transformar y fortalecer nuestros sistemas de salud, necesitamos a muchas más mujeres incorporadas en la toma de decisiones y en la implementación de nuevas prácticas que garanticen nuestros derechos.
Esas nuevas prácticas deben materializarse en todas las esferas de trabajo. En el ámbito multilateral es urgente promover la conformación de delegaciones nacionales paritarias como aquellas que asisten a la Asamblea Mundial de la Salud (AMS) e insistir en la ratificación de los instrumentos internacionales que defienden la igualdad de género y el derecho a vivir sin violencia, acoso o discriminación.
Los gobiernos de todo el mundo tienen que incrementar la proporción de mujeres en posiciones de liderazgo en el sector salud, acabar con todas las formas de violencia y acoso en el trabajo, asegurar condiciones de empleo dignas y salarios igualitarios, así como reconocer el valor del trabajo no remunerado. Corresponde a los parlamentarios diseñar los mecanismos legales y presupuestales que garanticen la igualdad en el sector salud.
Las cámaras legisladoras en México viven integraciones paritarias de género sin precedentes. No deben quedarse ahí. Desde esas mismas instancias deben generarse los cambios institucionales que garanticen la igualdad de género en el sector salud, entre otras actividades prioritarias del bienestar social. Asegurar la paridad nos llevará a enriquecer políticas públicas y erradicar entornos de desigualdad e injusticia. Solo así habrá un país más sano.