OPINIÓN

Hechos y nombres / PRI: la traición de los gobernadores

Alejandro Envila Fisher

El futuro del PRI está condicionado por una palabra: lealtad. El PRI perdió en junio todas las gubernaturas que tenía en su poder por dos razones: la profundidad de su desprestigio, derivada más de su soberbia que del fracaso de los gobiernos que encabezó, y la falta de lealtad de sus gobernadores salientes, quienes mayoritariamente optaron por pactar con los representantes locales de la 4T para evitar una persecución judicial o, en el mejor de los casos, para conseguir una invitación personalizada y reciclarse, ahora como morenistas, en un lucrativo entramado gubernamental que cambia de colores y partidos, pero no de prácticas ni de personajes.

En los últimos 30 años, desde 1988, cuando el pluripartidismo llegó, se volvieron comunes los travestis de la política. El más afectado de los partidos fue el PRI porque era el más grande. Desde la ruptura de la Corriente Democrática en 1987 por una diferencia esencial de proyectos: estatismo contra neoliberalismo, los desprendimientos han sido una constante en ese partido.

Pero en 2021 la espectacular caída del PRI no se debió a ninguna ruptura abierta. Lo que ocurrió entre la derrota de José Antonio Meade, en 2018, y el estrepitoso retroceso en los comicios intermedios de 2021, fue un lento, oculto y subrepticio desmembramiento operado desde dentro.

El PRI no resultó el gran perdedor de la elección intermedia porque Andrés Manuel López Obrador tuviera un éxito arrollador como gobernante. De hecho, es increíble que el PRI perdiera todas las gubernaturas que estaban en juego ante resultados de gobierno tan discretos por parte de Morena: economía contraída desde que arrancó el sexenio, desempleo al alza, un nivel de inflación creciente y preocupante, sistema de salud colapsado por el cambio del Seguro Popular al INSABI, violencia desbordada como nunca en el país, y una pandemia que no cede.

La derrota priista es multifactorial, pero hay dos elementos que destacan y no deberían ser ignorados porque tendrán impacto en la reconfiguración del mapa político y del sistema mexicano de partidos.

El primero es el desprestigio priista. En la segunda mitad del sexenio, (2015-2018), Enrique Peña Nieto y sus colaboradores se encargaron de dilapidar el prestigio, nombre e imagen, logrados con los avances de la primera mitad del mandato (2012-2015). Ahí están las reformas estructurales surgidas del Pacto por México que permitieron crecimiento constante durante el sexenio, en un mundo afectado por la recesión global. Entre 2015 y 2018 el dispendio del capital político ganado previamente por el PRI de Peña Nieto fue tan grande por descuidos, excesos, abusos, malos cálculos y también traiciones, que no solo perdieron en 2018 con un candidato presidencial sólido, tres años después son incapaces de ganar una elección desde la oposición, aún frente a una gestión de gobierno, la de Morena, carente de logros concretos.

El segundo factor tiene mayor peso y es más específico: La traición de los gobernadores priistas. El PRI perdió, también, porque la enorme mayoría de sus gobernadores y al menos una buena parte de sus dirigentes, operaron a favor de Morena. Estados como Sonora y Sinaloa, Colima, San Luis Potosí y hasta Campeche, son solo algunos ejemplos de esa entrega de las plazas.

Entre 2000 y 2012, fueron los gobernadores priistas: Patricio Martínez, Manuel Ángel Nuñez Soto, Eduardo Calzada, y algunos con fama de impresentables como Roberto Madrazo, Arturo Montiel o Humberto Moreira, quienes cohesionaron a ese partido y enfrentaron exitosamente a los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón.

Entre 2012 y 2018, el PRI llevó a los gobiernos estatales priistas a personajes que le ayudaron al gobierno federal de Peña Nieto a destruir el recién restaurado prestigio priista. Javier Duarte, Rodrigo Medina, Cesar Duarte, Roberto Borge, colocaron los primeros clavos en el ataúd del PRI de 2018. Después, Ignacio Peralta, Claudia Pavlovich, Quirino Ordaz, y Juan Manuel Carreras entre otros, coordinados por Alejandro Moreno, un dirigente nacional de talento político muy por debajo del promedio, se encargaron de negociar la entrega de las plazas, quizá a cambio de impunidad o de invitaciones a la 4T, al permitir que Morena operara a sus anchas y sin contrapesos en los estados donde era oposición.

Ahí, en la traición de sus gobernadores, está buena parte de la explicación de la estrepitosa caída priista frente a un partido sin logros de gobierno como Morena.

México requiere de nuevos partidos políticos, de nuevos referentes y sobre todo de una nueva cultura política. Parece que los tiempos del PRI se han agotado. Quizá a los verdaderos priistas, no los que negociaron la entrega de sus plazas, deban pensar en una refundación seria y a fondo, que elimine de las boletas electorales, para empezar, el nombre y los colores de su organización, y aproveche lo que queda de ella para formar un partido nuevo, ciudadanizado, con ideas acordes al mundo de hoy, dispuesta a pelear por el centro político, que deje atrás la visión patrimonialista de la política y que sepa diferenciarse, tanto del PAN de hoy que tiene su propia crisis, como de una supuesta izquierda morenista que ni es socialdemócrata ni tampoco es comunista, simplemente porque no es izquierda.

@EnvilaFisher

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