JOSE FERNANDEZ SANTILLAN

López Obrador y los feminicidios

El editorial del periódico español “El País” del 17 de febrero estuvo dedicado a los feminicidios en México. Allí se dice: “El clamor de los ciudadanos pidiendo al Gobierno que actúe es abrumador. Frente a ello, todo lo que ha ofrecido en las últimas conferencias matutinas el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido un catálogo de ignorancia sobre la violencia de género, un asunto harto estudiado y donde es fácil fijarse en la experiencia de otros países más avanzados en esta materia.

“El presidente—continúa el editorial—se empeña en imponer su teoría política abstracta sobre un asunto de perfiles muy concretos. La condescendencia con la que ha respondido a las graves preguntas sobre feminicidios formuladas por los periodistas devela a un mandatario que no acaba de comprender el espinoso asunto que tiene entre manos…

“Especialmente frívolas—critica el diario hispano—suenan las palabras de López Obrador cuando se mete en el barro partidista para argumentar que los feminicidios tienen que ver con el clima de violencia general y este, con el pasado que gobernaron sus adversarios políticos. O con la corrupción. O con los valores. O con la pobreza.”

Como sabemos, el problema arreció con el asesinato de la niña Fátima Cecilia cometido el 11 de febrero por Gladis Giovana Cruz Hernández y Mario Alberto Reyes Nájera en una casa ubicada en la calle San Felipe de Jesús número 17, en la alcaldía de Xochimilco.

En el marco de este feminicidio el presidente afirmó: “Son crímenes que tienen que ver con odio, es una enfermedad social, esto no sólo se resuelve con policías ni con cárceles, con amenazas de mano dura. Aquí tenemos que atender el fondo que haya bienestar material y bienestar del alma que se insista hasta el cansancio que sólo siendo buenos podemos ser felices.”

Son palabras que, por un lado, refrendar lo dicho por el editorial de “El País” en el sentido de que AMLO muestra ser un mandatario que no tiene la menor idea del enorme desafío que tiene enfrente y, al mismo tiempo, pone en evidencia la carencia de un plan para enfrentar los feminicidios en México. Por otro lado, este discurso refleja la inclinación a usar un foro oficial como un púlpito para dar sermones. Cosa que no le corresponde hacer al presidente de un Estado laico. En sentido opuesto a su proclamado juarismo, López Obrador hace una peligrosa mezcla entre asunto civiles y asuntos espirituales. Incluso, afirma que se necesita una Constitución Moral.

Simplemente, sabemos que con Immanuel Kant se pusieron las cosas en claro: “de mis actos externos respondo frente a los demás (el derecho); de mis actos internos respondo frente a mi conciencia (la moral)” (Metafísica de las costumbres, UNAM, 1979, p. 148). Ninguna autoridad pública o eclesiástica que esta sea tiene porqué meterse en asuntos que solo le corresponden al individuo. Ese es uno de los pilares de la modernidad ilustrada frente al oscurantismo medieval.

Hay que recordarle a AMLO que el 1 de diciembre de 2018, de acuerdo con el artículo 87 de nuestra Constitución, pronunció las siguientes palabras: “Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si no lo hiciere que la Nación me lo demande.”

Pues, en efecto, hay elementos suficientes para que la Nación le demande al presidente Andrés Manuel López Obrador que se ciña al carácter laico de nuestras leyes e instituciones. Exigirle que respete la separación entre el Estado y la Iglesia; que no confunda el discurso político con la prédica religiosa. Quiere engañarnos con un artilugio premoderno y oscurantista.

El triunfo del liberalismo consistió, precisamente, en hacer que la autoridad civil no se metiera en asuntos de conciencia (de acuerdo con el sentido filosófico de la Ilustración). Ese espacio quedó reservado exclusivamente para el individuo. Tampoco le toca a la autoridad política hablar de la felicidad de las personas; eso también es asunto de cada sujeto.

El Estado liberal sustituyó al Estado eudemonológico, o sea, al Estado absolutista y paternalista el cual asumió la tarea de señalar en qué consistía la felicidad de los súbditos y cómo debían alcanzarla. El ascenso del liberalismo significó la autolimitación de los gobernantes para no meterse en la vida privada ni en las conciencias de las personas. Así nació el formalismo jurídico que exige el apego externo a las órdenes dictadas por la norma, no el apego en fuero interno.

El problema es que, cuando López Obrador menciona el “bienestar del alma” y la “felicidad”, está violando flagrantemente el laicismo que ha inspirado al constitucionalismo mexicano por lo menos desde el congreso constituyente de 1856 y, sobre todo, está socavando la obra de Don Benito Juárez. Se alinea, en cambio, a las corrientes más retrógradas de México.

De igual manera, al no tener un plan para enfrentar la violencia y, en especial, la violencia de género está faltando a la primera y más elemental de las responsabilidades del gobierno: garantizar la vida de los habitantes del país, asegurar el orden público.

Es obvia y justificable la ola de protestas feministas que se han desatado contra la ineptitud y la falta de sensibilidad del gobierno de López Obrador. Con todo, esta indignación no justifica la violencia a la cual han recurrido algunos grupos extremistas.

El torrente de indignación debe conducirse dentro de los cauces pacíficos y democráticos. Por ejemplo, hay que ejercer el derecho-poder (como lo llama Michelangelo Bovero) del voto para castigar al mal gobierno.

José Fernández Santillán

jfsantillan@tec.mx

@jfsantillan

 

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