OPINIÓN

Le estamos fallando a las nuevas generaciones

Santiago José Castro

@sjcastroagudelo

Mientras sigamos creyendo que los colegios y universidades del siglo XIX son los motores del desarrollo, las cosas solo podrán empeorar.

En los últimos días he tenido ocasión de leer el trabajo de Cathy N. Davidson, The New Education: How to Prepare Students for a World in Flux (“La nueva educación: cómo revolucionar la universidad y preparar estudiantes para un mundo en cambio”). Más allá de las preguntas que me surgen y de los planteamientos de los que me puedo distanciar, lo cierto es que, como otros, acierta cuando afirma que la universidad de hoy ha dejado de responder a las necesidades de la sociedad y a los diferentes caminos que pueden tomar los estudiantes para aprender.

Seguimos respondiendo a fórmulas tayloristas como los “créditos académicos” y valoramos aún a las universidades a partir de los rankings internacionales, que olvidan el exigente proceso de admisión. Es relativamente fácil ser la mejor universidad cuando se reciben solo a los “mejores” bachilleres. El reto está en promover un sistema que promueva nuevos caminos para que se puedan desarrollar las habilidades clave y aprender con éxito en la universidad.

¿Por qué dejar atrás a millones de jóvenes que no tuvieron la oportunidad de aprender lo suficiente desde el preescolar? ¿Vamos a seguir insistiendo en que deben quedar relegados a formarse en asuntos “técnicos” para ser operarios en empresas que lideran quienes sí tuvieron todas las oportunidades? A lo mejor esta lógica explica la poca empatía de tantos con el día a día de sus colaboradores. Los ven como “inferiores”, como cosas que solo deben obedecer y proceder con su tarea sin pensar.

Hemos llegado a extremos que deben preocuparnos, donde alcaldes, gobernadores, legisladores y hasta la vicepresidente de Colombia sugieren que se dejen de estudiar algunas carreras, pues no habrá empleo para quienes terminen con éxito esos programas. Sin darse cuenta, asumen que la universidad también forma “técnicos” que solo pueden salir a operar y por lo tanto al reducirse las plazas en el marco de la cuarta revolución industrial quedarán en la calle.

Lo absurdo en todo esto, es que esos mismos que dicen sandeces, promueven activamente el emprendimiento y alegan promover la generación de nuevas y mejores empresas. ¡Mentirosos!

La universidad debe transformarse, debe garantizar el desarrollo de habilidades clave, más allá de la disciplina en la que los estudiantes se están formando y educando. Permitir que en los municipios más apartados, en las ciudades más desiguales del mundo se ofrezca la posibilidad de estudiar lo que cada quien quiera, con nuevos caminos para empezar desarrollando habilidades generales en matemáticas, lenguaje, pensamiento crítico y luego habilidades digitales como programación, análisis de datos, investigación, finanzas; y a su vez avanzar en los planes de estudio de todas las carreras, promoviendo la interacción e integración de estudiantes de todas las disciplinas en las aulas y plataformas; allí está el camino para garantizar que todos estudiemos lo que nos dé la gana, pero a la vez estemos “al día” con lo que demanda el mercado empresarial.

Hoy, como están las cosas, les estamos fallando a las nuevas generaciones, que encuentran en la web los complementos que requieren para enfrentar pruebas de selección y desarrollarse como profesionales competentes, a un costo ínfimo frente a lo que pagaron de colegiaturas. Afortunadamente algunos ya empezaron la transformación y están listos para recibir el ataque frontal de quienes se aferran a sus rankings, sus colegiaturas impagables, su club cerrado de “networking” y su tradición.

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