OPINIÓN

LOS CAÑONES “EL NIÑO Y LOS LEONES”

POR TOMAS ZAPATA BOSCH

 

PROLOGO.- Hace unos días estuvo mi Doma-Dora, mi adorada Dora María,
compañera de vida, mama de mis “terribles bendiciones” y “adorado
tormento”, por la Iglesia de San Román, de la cual -tengo que reconocer- nos
alejamos cuando la pandemia y tenemos que regresar a la brevedad; pero en
esta ocasión, fue acompañada de Roxana Arceo para realizar algunas de las
obras que le heredo a mi mama y que le inculco cuando la tomo bajo su cobijo
nuestra queridísima y respetada Doña Hilda Adam, en la Iglesia de “San
Roque”, mejor conocida como “San Francisquito”; pero el tema es que
estuvo Dora por el pequeño museo que se encuentra en la parte posterior
del templo y le pregunte que le habían parecido los “cañoncitos” que ahí se
encontraban, expuestos al publico y su respuesta fue: ¿Cuáles cañones? Yo
no vi nada; por lo que obviamente la increpe con esa valentía que me
caracteriza y la cuestione: ¿Qué como era posible que no hubiera visto los
cañones? Y peor aun: ¿Qué no conociera su historia y el trabajo periodístico
de su marido para recuperarlos para los campechanos y la feligresía de San
Román? Así que en estos días me daré mi vuelta solo para constatar que aun
están ahí, pero una vez mas les recuerdo esta bella historia de periodismo de
investigación, con la que comencé mi carrera hace ya mas de cuarenta años.

EL INICIO.- Hace unos pocos años fui invitado por mi amigo el abogado,
filosofo, “cañonologo”, periodista e historiador Alejandro Mac-Gregor
González, a brindar una charla sobre los pequeños cañones o “culebrinas”
denominados “El Niño” y “Los Leones” que eran disparados para la feria de
“San Román” en honor al milagroso “Cristo Negro”, específicamente sobre
una campaña periodística que realicé cuando colaboraba en el periódico
“Novedades de Campeche” hace ya muchos años bajo la dirección del
legendario Don Ricardo Hernández Cárdenas y mediante la cual, con la
colaboración del periodista Ricardo del Rio Rodríguez, mejor conocido
cariñosamente como “Picorron” logramos la recuperación de estas dos
piezas de artillería que se encontraban en manos de un coleccionista
particular de manera irregular.

EL INICIO DE TODO.- Todo comenzó un día en que Carlos miguel Acosta de la
Cruz, a la sazón jefe de redacción del citado medio de comunicación, me
mando a realizar periodismo de investigación sobre diversos tópicos de la
ciudad de Campeche, para darle notas de interés a nuestros lectores pues yo
hacia mis “pininos” como columnista en las prestigiadas paginas de ese
periódico en donde mi columna salía publicada debajo de las “chácharas y
perlas” del también legendario periodista Oscar Alberto Pérez García, mejor
conocido como “el Campechano” y me fui a la calle en busca de la “nota”
tratando de encontrar una que fuera lo suficientemente interesante para
atraer la atención del publico.

Un poco desanimado después de recorrer calles y personajes, solo tenia
historias y mas historias, -muy interesantes-, pero sin vigencia para esa época
y así se lo comente al Dr. En derecho Xavier Hurtado Oliver, quien era mi
“mentor” en el despacho de su propiedad ubicado en la mera entrada del
tradicional barrio de San Román. “¿porque no investigas donde quedaron El
Niño y Los Leones?” -me dijo muy serio Don Xavier, vestido impecablemente
de blanco, por lo que todo mundo pensaba que era Doctor en medicina, al
grado de que hay una simpática y verdadera anécdota con “Matías” aquel
icónico repartidor de periódicos que todo mundo conocía, pero esa es otra
historia que ya le platicare cuando haya oportunidad.

PERIODISMO DE INVESTIGACION.- Pues con mi nueva encomienda Salí a la
calle sin la mas mínima idea de por donde comenzar y me fui a la iglesia a ver
al padre Sergio Hernández, quien era el párroco y me dijo que los
“cañoncitos” eran herencia de la colonia y donación de un capitán llamado
Pedro Ramírez, que habían perdurado y eran usados por los “colaboradores”
para “tronarlos” en honor al cristo negro cada año, así que me fui a casa de
don Agustín García el conocidísimo “Chuperete” y de don Efrén Cruz,
miembros del Gremio de colaboradores quienes amablemente me recibieron
y me dijeron que estos eran guardados en las instalaciones del “sindicato de
cargadores y alijadores del puerto de Campeche” que estaba sobre la calle
61, a tres casas de la mía -y en donde por cierto había una “mata” de
deliciosas almendras-, pero este local había sido demolido pues sus nuevos
propietarios pensaban usarlo como estacionamiento, -como funciona hasta
la fecha-, por lo que -obviamente- ya no se encontraban en ese lugar y nos
dispusimos a buscar a algunos de los viejos miembros de ese gremio.

Afortunadamente el “Tractor” y algunos otros se habían trasladado al otro
sindicato cuyo local se localiza físicamente sobre la calle 8 a pocos pasos del
primero y ellos nos dieron una idea de donde pudieran encontrarse.

Para todo esto yo ya había publicado mis primeros artículos sobre el tema y
efectivamente había levantado ámpula y el interés de la sociedad, pues el
teléfono de la casa paterna no dejaba de timbrar con gente que me daba
datos y referencias sobre donde estaban en ese momento los cañoncitos.
Al ver el “alboroto” que se había armado, el director del periódico instruyo a
mi jefe directo Carlos Miguel Acosta, de asignarme un reportero de “primera
plana” que resulto ser mi amigo el talentoso Ricardo del Rio Rodríguez, quien
al día siguiente a ocho columnas “cabeceo” el nombre del coleccionista
particular que tenia en su poder las piezas de artillería ¡y… estallo el
escandalo!, pues era un conocido miembro de la sociedad Campechana que
se los había “comprado” -según el legalmente- a la directiva del sindicato de
“cargadores y alijadores” aunque no eran de ellos, sino solo los tenían en
“custodia”. Dos días mas de notas de primera plana de Ricardo y artículos de
fondo de este escribidor y el personaje en cuestión -cuyo nombre me reservo
ahora por respeto a su familia, pues ya falleció-, me hizo una llamada
telefónica a mi casa en donde pedía hablar con Ricardo y con un servidor, lo
cual hicimos a primera hora del día siguiente acompañados del notario
publico Don Agustín Ortega Márquez, contratado por el periódico, -quien por
cierto es otro icónico personaje de la historia de esta ciudad- y ahí el
coleccionista acordó entregar los cañones a quienes nosotros dispusiéramos
y así lo consignamos en las paginas del rotativo y estallo otro “maremágnum”
pues resulta que todo mundo los quería: El INAH, el archivo de la ciudad, el
cronista etc. y decidimos con el director del periódico, Don Ricardo
Hernández, Carlos Miguel Acosta, el Padre Sergio y con la orientación legal
del Dr. Hurtado Oliver, entregarlos al INAH como marcaba la legislación
correspondiente.

EL SINDROME DE PROCUSTO.- Como usted se imaginara estimado lector,
estaba este humilde escribidor “hinchado” de orgullo por el éxito de la
campaña periodística, hasta que me “bajaron” estrepitosamente de la
“nube” en la que me sentía, así que le cuento: A la altura de donde hoy esta
el restaurante “Marganzo” nos encontramos Ricardo y yo a un conocido
funcionario de aquel entonces que pretendía quedarse con los cañones y nos
amenazo: “ni se crean, ni que se les suba, acá en Campeche a los que se pasan
de “lanza” habemos quienes los bajamos a madrazos” -Nos dijo con cara de
pocos amigos antes de irse y durante los siguientes 10 minutos -al menos-,
tanto mi compañero como yo quedamos estupefactos (no encuentro otra
palabra) pues no dábamos crédito a lo que acabábamos de vivir; pero sin
duda alguna, nos dejo muy en claro como se manejan las cosas en este
Campeche nuestro.

Así que una vez repuestos, decidimos continuar adelante
sin importar lo que nos sucediera y si, efectivamente, tengo que reconocer
que el “síndrome de Procusto” es una triste realidad de nuestro estado, pues
mucha gente trato de minimizar -o incluso desaparecer de los anales
históricos- nuestra hazaña periodística; aunque nosotros guardamos en lo
mas profundo del alma, la satisfacción del deber cumplido con la sociedad.
Por un articulo del destacado y talentoso cronista del municipio de
Campeche, Don Aarón Enrique Pérez Duran, me entere que, en su libro
publicado sobre el barrio del Cristo Negro, mi amigo Don Manuel Escoffie,
olvido el “pequeño” detalle de la “campaña periodística” y estoy seguro de
que a la edad de redactarlo la memoria le fallo, porque al parecer si
menciona mi nombre, pero en otro contexto que no recuerdo haya sucedido.

En fin, “gajes del oficio” y como estas acciones, hay muchas mas a lo largo de
mi vida de las que me siento muy orgulloso, aunque nunca vayan a ser
reconocidas públicamente, pero eso es lo que menos importa.
Afortunadamente investigadores concienzudos de la historia reciente de
Campeche como lo es Don Alberto Ceballos González, han publicado en
reiteradas ocasiones la verdad de los hechos y consignado nuestra lucha y
trabajo en favor de la sociedad. Pero -insisto- el reconocimiento publico, es
lo que menos me interesa.

LA ENTREGA DE LOS CAÑONES.- Con la Fe publica de Don Agustín Ortega y la
presencia de destacados campechanos como Carlos Miguel Acosta y Ricardo
del Rio, se hizo entrega al INAH de la custodia de los “cañoncitos”, aunque
posteriormente los entregaron al archivo general del estado y este a su vez
se los dio a los colaboradores de la iglesia de San Román los cuales fueron
“disparados” algunos años mas para “solaz” de los asistentes a los festejos
del patrono; pero el constante peligro de manipularlos para dispararlos y lo
estruendoso de su explosivo sonido, obligaron a la parroquia a ponerlos a
buen recaudo, aunque hasta el día de hoy permanecen en el pequeño museo
que se encuentra en la parte posterior del Templo del Santuario del señor de
San Román.

EL PODER DE LA “PLUMA”.- El episodio termino con satisfacción para todos,
menos para el coleccionista aun cuando publique un articulo final en el que
reconocía el valor civil de este personaje y dejaba en claro que había sido
comprador de buena fe y que también con buena fe había actuado al
devolverlos a la sociedad y ahí me di cuenta del poder que tiene la “pluma”
y que así como se podían lograr cosas buenas y positivas, también se podía
hacer mucho daño a gente que, -con, o sin culpa-, eran señaladas por quienes
nos dedicamos a “garrapatear” textos; y eso, -como el lamentable suceso de
la amenaza-, marcaron mi vida para siempre; pues he intentado no hacer
daño a absolutamente nadie que no se lo mereciera al ejercer mi derecho a
la libertad de expresión; aunque desafortunadamente, luego nos
equivocamos, pero siempre hay que tratar de rectificar y ser justos con todo
mundo.

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