Hemos asistido, gracias a la investigación del periódico Reforma, a uno de los actos más deleznables de las autoridades capitalinas. Lo señalamos porque la CDMX y los municipios conurbados del Estado de México son una misma realidad y una misma cultura. El hecho al que nos referimos tomó otra vez como víctima del prejuicio, a una mujer. El sábado 16 de febrero en la estación Tacubaya del Metro de la CDMX, una mujer de 56 años, madre de familia, se desvaneció dentro del citado lugar, debido a un infarto cerebral del que se tendría conocimiento después. La autoridad del Metro y una ambulancia que arribó posteriormente consideraron que el desvanecimiento era producto de un estado etílico, que ya se repondría y por esa razón la sacaron de las instalaciones a la calle, donde permaneció 26 horas sin que nadie la atendiera, hasta que fue trasladada al Hospital General, donde murió dos días después.
El hecho pone en el banquillo de los acusados no sólo a la autoridad sino a los muchos usuarios y transeúntes que no hicieron nada por atenderla (se siguieron de largo). Lo sucedido es una expresión más de la deshumanización que vivimos, de la pérdida de valores y de la falta de educación cívica, vamos, de los más elementales sentimientos, como en los casos de las mujeres que dan a luz en la calle o en las afueras de una clínica porque les negaron el servicio médico, o quienes mueren por atención tardía del personal de clínicas y hospitales o las mujeres atacadas a mansalva (siempre las mujeres o los niños) en micros o en la calle, que si sobreviven son nuevamente vejadas por la “autoridad competente” para comprobar el ataque. Cuántas muertes por negligencia, desapariciones y feminicidios tienen que ocurrir en la CDMX, en el Estado de México, en el país para que las políticas públicas y la atención a las mujeres se realicen con responsabilidad, sensibilidad y justicia.
La mujer humillada y muerta en las inmediaciones del metro Tacubaya, tanto como las víctimas de feminicidios en nuestra entidad gritan por respeto y justicia. Ayer, otra vez en Ecatepec.
Margarita Jiménez / La Hidra Digital
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