Desde el comienzo de la operación militar antifascista de Rusia en
Ucrania estaba muy claro que, en resumidas cuentas el conflicto era y es
entre Washington y Moscú y que Ucrania sólo era y es el teatro de las
operaciones bélicas.
Y también desde el principio estaban claras varias cosas. La primera es
que Estados Unidos no iba ni podía involucrarse directamente en el
campo de batalla. Y así las cosas ¿cómo podría Washington ganar la
guerra?
¿Con la aplicación de unas sanciones económicas, financieras y
comerciales contra Rusia que al paso del tiempo han demostrado su
inutilidad para dañar seriamente a Moscú y que, a la inversa, han
generado una tremenda crisis económica y, sobre todo, energética en
los países miembros de la OTAN?
¿O con el suministro de millones y millones de dólares en moderno
armamento al gobierno ucraniano? Pues los hechos se han encargado de
demostrar lo equivocado de esa apreciación.
Y ahí viene ya el crudo invierno europeo. Un enemigo que no puede ser
vencido sin el suministro ruso de energéticos. En estas condiciones
qué pueden hacer Estados Unidos, la OTAN y el gobierno de Ucrania. La
única salida es pactar la paz, aunque ésta tenga el amargo sabor de la
derrota.
¿Pensarán en Washington y en Bruselas que, sin energéticos, la guerra
puede ganarse sólo con retórica, con saliva, con discursos y con la
satanización mundial de Vladimir Putin?
¿Pensarán que antes de la llegada del invierno las tropas ucranianas
penetrarán en suelo ruso y que en cosa de meses podrán tomar Moscú y
derrocar a Putin?
Es claro que Washington, Bruselas y Kiev no han entendido que vencer a
Rusia es sencillamente imposible. Y que el tiempo no conspira contra
Rusia, sino, al contrario, lo hace contra los nuevos fascistas europeos.
Y mientras la OTAN y Ucrania se desgastan, Rusia solidifica su economía
y su alianza militar y económica con China. Y si Rusia sola es
invencible, la alianza con China refuerza esa condición.
Pero la propaganda yanqui y europea presentan los hechos como el
preámbulo de la debacle de Rusia. Pronto, muy pronto, el termómetro
precipitará la rendición del gobierno ucraniano. Y se verá, como ya
pasó en Corea, Vietnam, Afganistán, Irak y Siria, a las tropas al
servicio de Estados Unidos en retirada.
La lección es clara: pactar la paz es la única salida para Ucrania,
para la OTAN y para Estados Unidos. ¿O preferirán Washington y
Bruselas prolongar veinte años, como en Vietnam, Afganistán e Irak,
una guerra perdida desde antes de su comienzo?