NÉSTOR OJEDA

Vuelta prohibida / ¿Contra quién luchar? ¿El Nintendo o la venta de niñas?

Hay en la discusión pública muchos términos que se usan vaga o de plano equivocadamente a grado tal que la repetición de esas malas interpretaciones confunden a la sociedad sobre temas como, por ejemplo, Estado de Derecho, usos y costumbres, desaparecidos y derechos humanos.

Lo más lamentable es que por desgracia el mal manejo de conceptos tan relevantes viene de altos funcionarios, legisladores y hasta el propio Presidente de la República, quien ayer llegó al extremo de llamar a los nuevos derechos como los humanos, ambientales, de las mujeres y de los animales como una “invención del neoliberalismo” para distraer al mundo de su saqueo.

Por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador dice que en su administración “el gobierno dejó de ser el principal violador de derechos humanos”. ¡Ay caray! Craso error de concepto, pues al hacer tal afirmación a un tiempo AMLO se equivoca y miente, pues las violaciones de derechos humanos por definición sólo las pueden cometer militares, policías y demás funcionarios gubernamentales.

Es precisamente obligación de todo un gobierno y sus integrantes preservar y garantizar el respeto a los derechos de las personas, sea a la integridad física, la salud, la educación, la justicia pronta y expedita, etcétera, y al no cumplir con ello y en algunos hasta al actuar en contra de esos derechos comete violaciones a los derechos humanos, pues una persona al dañar a otra en su persona, bienes o derechos comete un delito, no una violación a los derechos humanos.

Lo que sí es una violación de los derechos humanos de las niñas vendidas en las sierras de Guerrero, Oaxaca y Chiapas es que la máxima autoridad del país, el presidente López Obrador, en un acto profundamente inhumano minimice un delito gravísimo como la venta niñas a cambio de dinero, ganado o alcohol, cuando afirma que esa práctica generalizada se trata de “una excepción” al tiempo que defiende los usos y costumbres de las comunidades indígenas utilizando como argumento que en los pueblos autóctonos “hay muchísimos más valores”.

Hay usos y costumbres que son de plano son delitos (no violaciones de los derechos humanos) pues violentan los derechos e integridad de las personas, como los castigos físicos, la negativa a la participación política de las mujeres, los matrimonios forzados, el castigo con trabajo a delitos graves y la venta de niñas para explotación sexual y laboral en una forma de trata de personas pactada entre compradores y familiares.

La idealización de los pueblos indígenas es una tendencia que se arraigó profundamente en los grupos progresistas desde la segunda mitad del siglo XX, no sólo en México sino en el mundo, como una reacción ante la marginación y abusos que sufrieron de parte de los conquistadores-colonizadores en América, Asia, África y Oceanía y luego por parte de los gobiernos independientes en una tendencia que fue denominada “colonialismo interno”.

El tema indígena es sin duda complejo. En el caso de México las 60 etnias que sobreviven en nuestro territorio o fueron sometidas por el Imperio Mexica (sí, ese imperio hoy idealizado que masacró pueblos en las Guerras Floridas para capturar prisioneros y sacrificarlos a sus dioses) o escaparon a territorios apartados e inaccesibles para evadir el dominio azteca, lo que las llevó a siglos de aislamiento y con ello pobreza y marginación.

Pero más allá de la tragedia histórica, ese aislamiento ha impedido, junto con la actual idealización románica del indigenismo (y cuya expresión agudizada vivimos a través de AMLO y sus fieles), que los pueblos indígenas accedan a las ideas, valores y modelos de las sociedades modernas.

Hoy, en pleno siglo XX, las mujeres en muchos de esos pueblos indígenas no sólo son vendidas, vejadas y sometidas por los hombres de su familia y comunidad, sino que son tratadas como animales de carga, donde una falta es castigada con castigos corporales y escarnio público o donde un homicidio no se juzga en un tribunales ni se paga con cárcel sino con dinero, animales y servicio a la familia de la víctima mortal.

Que eso ocurra es inaceptable en México y el mundo, pero más que pretextando “valores” y “usos y costumbres” el presidente López Obrador deje en la indefensión y vulnere así los derechos de las víctimas, en este caso niñas indígenas, del delito de trata de personas.

El presidente López Obrador, si es verdaderamente congruente, si en realidad trabaja y lucha por los desvalidos debería estar ya defendiendo a esas niñas inocentes de la barbarie de los usos y costumbres en lugar de estarse peleando con el “Nintendo” y los chavitos urbanos colgados de los videojuegos.

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