OPINIÓN

Pobres Gobiernos Pobres

Arnulfo Valdivia Machuca
@arnulfovaldivia

Pocos automóviles son tan bellos como el Chevy Bel Air de 1955, al grado que hoy sigue siendo considerado el automóvil más bonito de la historia de Chevrolet.

Si tú hubieras sido uno de los obreros que lo construyó, tu sueldo habría sido de 32 mil dólares, 15% arriba del sueldo promedio de la época. Sin problema habrías comprado por cierto una amplia casa de 30 mil dólares para tu familia. Todo en el Detroit de los años 50 era modelo de prosperidad, incluido su gobierno.

Transpórtate ahora 60 años después, a 2013. Tus nietos, sin trabajo y hambrientos, deciden vender la cincuentera casa familiar ¿El precio? 200 dólares. Sí: 200. Esto, en una ciudad que pasó de 2 millones de habitantes a 700 mil; todos unidos por un solo deseo: salir huyendo. El gobierno de Detroit se acaba de declarar en quiebra. Este no es el guión de una película apocalíptica, es la apocalíptica reseña de una historia real.

Detroit ha salido ya de esa crisis, pero su historia es idéntica a la de un altísimo número de gobiernos del mundo, todos austeros, saturados y endeudados; organizaciones difícilmente sostenibles que rayan en lo inviable; la mayoría insuficientes y casi todos ineficientes.

La corrupción es el problema, dicen algunos, pero ni siquiera los gobiernos más honestos del mundo son prósperos y eficaces, porque el problema fundamental no sólo es de rectitud, sino de diseño. También Alemania y Japón tienen calles llenas de huecos.

“El que mucho abarca poco aprieta” decía mi abuela. Y sí: los gobiernos viven bajo presiones permanentes de diseño. Se les pide que hagan más, pero sin recaudar más impuestos; se les exige control presupuestal, cuando el control cuesta más que lo que controla; se demandan más hospitales y más calles, pero cada nueva obra reduce el presupuesto a las existentes y, al final, todas acaban derruidas.

Somos un mundo dirigido por gobiernos pobres de pobres resultados. Por ello, el gran reto no radica en quiénes nos gobernarán en el futuro, tanto como en qué nos gobernará en el futuro. La pregunta no es hasta dónde debe llegar el gobierno, sino hasta dónde podrán llegar los gobiernos.

Por eso el sector privado y la academia deben convertirse en proponentes de formas innovadoras de institucionalidad pública. El cambio no vendrá desde los gobiernos, porque carecemos de liderazgo para el rediseño: los altos gobernantes actuales se dividen entre quienes aman el status quo, quienes sólo van de paso y quienes no quieren cambiar porque ya saben cómo saquear.

Es improbable que volvamos a crear el mundo perfecto del Detroit de 1955, pero aspiremos al menos a construir algo así como el Chevy Bel Air: una bella obra que dentro de años se siga admirando y siga funcionando. Que el bien común es un deber empresarial, es el consejo moral de tu Sala de Consejo semanal.

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