Por Gabriela Cuevas Barron y Virgilio Muñoz Alberich
La hiyab – ese velo utilizado por las mujeres para cubrir su cabeza, cuello y hombros – es la gasolina que encendió una discusión mucho más amplia sobre los derechos y la seguridad de las mujeres asentadas en entornos islámicos. Se entiende bien el sentimiento que la hiyab despierta en las mujeres, porque los protocolos en visitas internacionales de trabajo de la región, las obligan a vestirlos con independencia a sus creencias personales, como sucedió a la coautora de este texto en su gira oficial a Irán. Esto sin demérito de la legitimidad de las convicciones religiosas de las mujeres que por voluntad propia lo portan día con día.
Lo cierto es que el hiyab es uno de los símbolos de cómo el Estado violenta las libertades de de vestimenta de las mujeres en todas direcciones. No solo de las de ahora, provocado por la Revolución Islámica de 1979 que limitó gravemente sus derechos e hizo obligatorio en ellas el hiyab en la República Islámica; sino en sentido contrario, las de las mujeres del pasado más apegadas al islam: en 1936 el Shah abolió oficialmente el uso del velo o hiyab privando a las mujeres de la libertad de elegir cómo vestir, orillando a las más religiosas a cumplir reglas que contravenían su fe.
Otro botón de muestra es lo sucedido en Turquía en 2015. 21 diputadas – entre quienes estaba Ravza Kavakci Kan – por primera vez en la historia política de ese país pudieron rendir protesta en su parlamento utilizando el velo en apego a sus convicciones religiosas. La historia de Ravza es muy distinta a la de su hermana Merve.
En 1999, Merve Kavakci quiso también ser diputada, pero le impidieron rendir protesta por utilizar una mascada que cubría su cabeza a pesar de que había ganado la elección. Entre gritos e insultos, Merve fue expulsada del parlamento turco, su ciudadanía fue revocada y su nombramiento como diputada fue rescindido. Tras el exilio familiar en Estados Unidos, debieron pasar más de tres lustros para que Ravza ganara su distrito y rindiera protesta vistiendo de forma muy similar a la que utilizó Merve en 1999.
No solo en la región árabe se cuecen habas: en Japón, una cultura muy distinta al mundo islámico, también han existido movimientos en favor de la libertad de las mujeres para decidir como vestir. La campaña #KuToo motivó una fuerte solidaridad para cesar la obligación impuesta por las empresas de usar zapatos con tacón de entre 5 y 7 centímetros. Algunas corporaciones aún les prohiben utilizar anteojos o presentarse a trabajar sin haberse maquillado.
Podemos concordar o disentir en el uso de ciertas prendas con valor para comunidades religiosas. Lo que no podemos es imponer visiones parciales que ayudan a los Estados a criminalizar la vestimenta de las mujeres en lugar de castigar la discriminación, cuando los gobernantes vulneran las libertades de las mujeres en lugar de perseguir a quienes las lastiman, o cuando el poder público se adjudica facultades para limitar sus derechos en lugar de garantizar su seguridad. Se trate esto de un hiyab, el acceso a la educación y la salud, el acceso a una posición de poder o la misma supervivencia.
Por ello, toda la solidaridad para con las mujeres iraníes y las que desde las más diversas regiones del planeta, incluido México, se movilizan y pugnan por que los Estados garanticen sus derechos más básicos, como la libertad de usar o no una prenda, conforme a sus creencias y convicciones. A los sistemas políticos les corresponde su bienestar, no convertirse en una mayor barrera a su bienestar.