En múltiples ocasiones, estando como Jefe de Gobierno, y durante el plantón del Zócalo-Reforma en 2006, López Obrador -entonces perredista- nos llegó a comentar: “lo verdaderamente importante es ser Presidente de la República, pues en la Presidencia se decide todo; la vida del país; su poder es enorme. Y desde allí, cambiar lo que haya que cambiar. Los diputados y senadores son para que apoyen todo lo que les enviemos”. Era una visión que, desde luego, no compartimos.
Lo traigo a colación en estos días de ambientes enrarecidos, de confusión, incertidumbre (y desilusión para muchos) después de que López Obrador anunciara el domingo pasado, que “no habrá cambios en la política económica y social” de su gobierno, aun cuando los millones de personas que sobreviven con sus micro y pequeñas empresas -y que dan empleo posibilitando ingresos al 70 por ciento de los trabajadores del país- necesitan de políticas públicas que los protejan.
Muchos de ellos no son “los más pobres”, ciertamente; pero tampoco pertenecen a los sectores más pudientes de la sociedad. Si sus empresas quiebran, sus trabajadores pasarán a ser parte del “pueblo pobre” al que AMLO dice priorizar.
Porque esa es una de las consecuencias del “neoliberalismo de cuates” que, discursivamente, tanto critica; pero que en los hechos auspicia: El recrudecimiento de la desigualdad y el aumento de la pobreza, para que esos nuevos pobres dependan de sus programas clientelares y sean parte de su “ejército electoral”.
A los empresarios, a todos, dice que no habrá apoyos, que se las arreglen como puedan, mientras reitera que continuará con sus obras faraónicas y programas de cooptación electoral, destinándoles mayores recursos, incluido Pemex. Además, ha decidido ir sobre el dinero de los fideicomisos, aguinaldos, prestaciones y salarios de funcionarios públicos y legisladores, así como por el financiamiento de los partidos políticos.
Su lógica dizque cristiana es “jódanse todos los demás, mientras yo sigo haciendo lo que estoy convencido, es lo correcto”, proclamando que será un ejemplo para el mundo entero.
¿Por qué? Porque él lo dice y “nunca se equivoca”, “para eso es la Presidencia”, para eso quería ser Presidente, para decidir todo sometiendo a los demás poderes constitucionales y económicos, así como a líderes sociales y políticos. El Presidente «es el gran líder al que hay que someterse”.
En su tergiversada interpretación de la historia, se auto percibe como “la reencarnación” de los grandes personajes de La Reforma que nunca cedieron ante una ofensiva conservadora real, con firmeza en sus principios, y así lograron verdaderas grandes transformaciones.
¿Y la democracia? La democracia es el poder del pueblo; pero para AMLO significa lo que el pueblo decida en “las consultas” que él mismo decide y organiza. Esa es la verdadera “Cuarta Transformación” nacional: El retroceso.
Parece locura. Parece delirio. Parece surrealismo oír al “presidente juarista” predicando el Evangelio y citando al Papa como aliado de su pretendida política en favor de los pobres”; pero es la muestra trágica de la realidad actual, que no de un destino fatal nuestro.
¿Qué hacer, entonces? Lo que ya han empezado a hacer algunos gobernadores, como el de Michoacán, que demuestra que sí se pueden tomar otro tipo de decisiones para salvar empresas y proteger empleos y salarios.
Lo que también ya comenzaron a hacer los empresarios al convocarse y tomar medidas por su propia cuenta, junto a líderes sindicales. Lo que partidos y organizaciones ciudadanas han considerado necesario: Llamar a un diálogo para la reconstrucción nacional ante la ausencia de un presidente en el país. Es la hora de la unidad nacional en favor de México.
Esto ayudará a caminar en la ruta para crear un gran frente nacional opositor y alternativo rumbo al 2021 para detener la debacle y evitar la continuación del deterioro económico, social, político y cultural. Recuperar al país -por vía democrática- en las próximas elecciones.
Jesús Zambrano Grijalva
@Jesus_ZambranoG