Sobre el asunto de la marcha de mujeres convocada para el 8 de marzo, y del paro nacional de féminas del día siguiente, una cosa está muy clara: ambas acciones demandarán el fin de la violencia que se ejerce contra el sector femenino de la sociedad, señaladamente el acoso y la violación sexuales, los golpes, los maltratos en general y, por sobre todo esto, el asesinato, el feminicidio.
Podría decirse, en consecuencia, que ambas dichas acciones se manifestarán contra toda forma de violencia ejercida sobre la mujer, desde las más sutiles hasta la más descarnada y atroz que es la muerte.
Pero, ciertamente, la violencia no sólo es ejercida contra las mujeres. También son víctimas de ella los niños y las niñas, los ancianos y las ancianas, los discapacitados y las discapacitadas, los indígenas y las indígenas. Por eso podría decirse que las dichas acciones del 8 y del 9 de marzo pudieran interpretarse como una protesta contra la violencia en general.
Por eso cabe esperar que las participantes en ambas dichas acciones de protesta contra la violencia no permitan que ésta se haga presente. Que sean acciones pacíficas. Enérgicas pero pacíficas. Sin insultos, sin agresiones verbales, sin golpes, sin daños materiales al prójimo y, por supuesto, sin heridos ni muertos. Sería una gran contradicción, un enorme contrasentido protestar contra la violencia practicando la violencia.
No será fácil, sin embargo, impedir los actos violentos de algunas exaltadas o de algunos exaltados. O de algunas provocadoras o de algunos provocadores. Pero lo que sí es seguro es que la violencia, si se presenta en ambos actos, no provendrá del gobierno del Presidente López Obrador. Ni, desde luego, del gobierno de la Ciudad de México.
Acudir a la violencia, permitirla o valerse de ella significaría para las organizadoras, las participantes y las simpatizantes de ambos actos actuar en su propio detrimento o, como se dice popularmente, dispararse un tiro en el pie. Perderían mucho de lo ganado hasta ahora en simpatía social.
En cambio, la violencia será un magnífico recurso para los enemigos del feminismo, es decir, de la plena emancipación de la mujer, del aborto libre y gratuito, de la limitación de los nacimientos. Y, de paso, será también un recurso muy apreciado y útil para los enemigos de la Cuarta Transformación. Como los panistas Fox, Calderón, Diego Fernández de Cevallos y Margarita Zavala. Y como la jerarquía católica y muchos otros personajes y grupos conservadores y antifeministas.
Miguel Ángel Ferrer
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