Eduardo Ramos Fusther
La apuesta por polarizar para convertir todo en un botín electoral incluye, indudablemente, a las instituciones de educación superior. De esas, la UNAM primero y el Politécnico después, son los objetivos más importantes, pero no los únicos.
La historia del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), como experimento en pequeño del destino que se pretende para la educación superior en México, es ampliamente conocida aunque hoy parezca olvidada por la saturación de temas en la agenda mediática, que permite distraer a la opinión pública y controlar la narrativa.
En las semanas recientes una serie de manifestaciones y movilizaciones, supuestamente universitarias, lo mismo en el CCH Sur que en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en la Prepa 5, en la Facultad de Filosofía, en la FES Acatlán y en otras instalaciones de la UNAM ubicadas en diferentes ciudades como Morelia, exhiben la existencia de una tendencia y un plan para convertir a la UNAM en una nueva fuente de polarización, disputa y confrontación, en la sociedad mexicana.
Sin una causa común que las sustente, en algunos casos pretextando el cierre de algún local de comida, en otros acusando violencia de género y en otros más con la exigencia de combatir porros, repentinamente y cuando por fin las actividades presenciales reiniciaron después de la pandemia, empezaron a surgir pequeñas protestas que derivan en nuevos paros porque, un día sí y otro también, han interrumpido actividades académicas en diferentes escuelas y facultades universitarias.
Uno de los principales obstáculos de la sociedad mexicana es, antes que la pobreza de su clase política, el paupérrimo valor que las personas le dan a la construcción de ciudadanía y, por lo tanto, su desinterés por hacerse cargo de sus problemas para solucionarlos directamente. Esa tendencia al desdén y a la queja estéril que culpa de casi todo a sus políticos, se manifiesta también entre muchos universitarios, quienes a pesar de ser un segmento de población privilegiado porque ha tenido acceso a las ventajas que ofrece la educación, opta por cerrar los ojos y voltear hacia otro lado, en lugar de enfrentar los problemas.
Hoy la sociedad mexicana está dividida en dos polos por la actitud de sus políticos. Hasta ahora, la UNAM ha podido sortear, con dificultades, los intentos de convertirla en otro botín de esa estrategia polarizante operada por el actual gobierno y sus opositores. Pero a estas alturas los universitarios ya deberían tener claro que no hay certeza de que la institución pueda resistir y mantenerse automáticamente al margen de esa disputa, pues abundan las señales de que es uno de los grandes objetivos de los grupos en pugna, como lo han mostrado el discurso presidencial y la respuesta de las oposiciones partidistas.
Muchos universitarios creen que lo que ocurre hoy en varias comunidades de la UNAM (paros, tomas de instalaciones y protestas sin una razón de fondo y peso) es obra de la casualidades y parte de la “ agitada vida estudiantil”. Si la mayoría se mantiene en la ruta de la ingenuidad, será inevitable que, en cualquier momento, una o varias minorías en las diferentes facultades y escuelas se hagan del control de las instalaciones de sus instituciones y suspendan, indefinidamente, las labores académicas con el más absurdo de los pretextos. Cuando esto ocurra, será responsabilidad de las minorías paristas, pero también de la mayoría que decide no involucrarse, convertirse en pasajeros y dejar el control de su universidad, de sus estudios y de esa parte de sus vidas, en manos de unos cuantos que muchas veces, ni siquiera son universitarios y por eso ocultan su identidad.
La educación pública universitaria, la única que le puede cambiar el rostro al país porque está al alcance de cualquiera que busque superarse, se encuentra bajo la amenaza del populismo como ya lo demostró la embestida que acabó por desmantelar a un centro académico de excelencia: el CIDE.
La UNAM, el IPN y el resto de las universidades autónomas del país, son los siguientes objetivos. Para agudizar la polarización y dividir a la sociedad entre pueblo bueno y traidores a la patria, además de convertir a las instituciones de educación superior en centros de adoctrinamiento, sin espacio para el pensamiento plural y la diversidad de las ideas, los enemigos de la verdadera educación pública cuentan con que la apatía, el temor y la falta de compromiso de la enorme mayoría de sus comunidades, juegue a su favor.
Los operadores del populismo educativo, ese que aboga por universalizar el pase automático y garantizarle a todos un título sin importar talentos, esfuerzos, capacidades y conocimientos, cuentan con que la mayoría de estudiantes y docentes sean dominados por el miedo o por la comodidad, dejen espacio e iniciativa a unos cuantos activistas encapuchados y violentos que, en cualquier momento, tratarán de fracturar y detener la vida académica de las instituciones a través del único mecanismo que conocen: los paros y las suspensiones de actividades.
Como la mayoría de las instituciones, las universidades públicas tienen muchos pendientes por resolver y todos merecen atención para ser controlados, reducidos y suprimidos. Como ejemplo, negar la existencia del acoso en las universidades, cuando esa conducta se reproduce en toda la sociedad, es un cínico despropósito. Pero ninguna suspensión de actividades, ningún paro ni ninguna huelga estudiantil, han disminuido o erradicado la violencia de género, en cualquiera de sus modalidades, en ninguna universidad. De hecho, ninguno de los problemas de las instituciones públicas de educación superior, de la UNAM, el IPN o cualquier otra, se ha solucionado con paros, huelgas y suspensiones de actividades; menos aun cuando quienes las promueven son, casi siempre, grupos minoritarios de activistas, promotores de agendas e intereses de grupos de políticos partidistas, ajenos a las universidades.
La mejor forma que una universidad pública tiene de servir a la sociedad y justificar su costo es mantenerse abierta formando profesionistas. Invariablemente, los más afectados por las huelgas y los paros, son los estudiantes que sí quieren estudiar, la enorme mayoría, que ve frustrados o, en el mejor de los casos, retrasado sus proyectos profesionales, por estas malas prácticas.
Desafortunadamente, esa enorme mayoría de alumnos y profesores que sí quiere estudiar y enseñar, normalmente no se decide a hacer valer y defender el derecho a la educación frente a las minorías de activistas, militantes de causas tan diversas como difusas e interesadas, que toman la iniciativa y, sin miramientos, recurren hasta a la violencia para cerrar escuelas, facultades o universidades completas.
Los populistas de la educación, disfrazados de progresistas, ya están a la vuelta de la esquina y no tardarán en cargar, en bloque o por facultades, contra toda la UNAM, el IPN y otras universidades autónomas. Por ahora, la única vía para defender a las instituciones públicas de educación superior y su misión educativa a favor de la sociedad y sus jóvenes, es el compromiso de sus estudiantes y académicos, todos ellos ciudadanos, que solo podrán detener el despropósito que viene, haciéndose cargo de la protección de sus centros educativos y de sus propios derechos; es decir, dando una lección de ciudadanía.
@RamosFusther