ARNULFO VALDIVIA MACHUCA

La multa

La amenaza es contundente: “Se cobrarán 200 salarios mínimos de multa a quien exceda el límite de velocidad”. El letrero podría estar en México, Sao Paulo o Bogotá, da igual. El famoso límite de velocidad con frecuencia es de 80 kilómetros por hora, con un único problema: durante 17 de las 24 horas del día es imposible pasar de los 20. La pregunta sería: ¿dónde está el letrero que dice: “Se cobrarán 200 salarios mínimos a la autoridad por cada hora que los automovilistas no puedan circular al menos a 40 kilómetros por hora”? Ese letrero no existe y no existirá jamás, porque hemos creado y perpetuado sistemas de gobierno que, además de ser ineficaces, permanecen impunes.

La misma multa debería de aplicarse a las autoridades por no cumplir estándares mínimos de cumplimiento de sus demás responsabilidades. Por ejemplo, las policías de nuestros países son expertas en quitarle su canasta de pan al anciano que lo vende en la vía pública, pero incapaces de tocar al narcotraficante que asesina decenas de personas a la semana. Por eso, no sorprende el rechazo generalizado y creciente de los latinoamericanos en contra de sus gobiernos y de la idea misma del Estado.

A un primer nivel es natural que la rabia de un ciudadano mal servido se desfogue en contra del servidor público de bajo nivel, pero la burocracia es demasiado amorfa y los mecanismos de denuncia absolutamente opacos para generar restitución. El coraje se acumula. Un segundo nivel de venganza es contra el político, pero ahí la esperanza de echarlo en las próximas elecciones es lejana e incierta, así que la ira crece. Hay un tercer nivel de desahogo y es en contra del sistema de gobierno: la derecha culpa a la izquierda y viceversa, pero los gobiernos van y vienen y poco cambia, así que la ira se convierte en odio. Y al final, ese odio sólo puede expresarse en rechazo contra lo único que aún no se ha cambiado, que es el suprasistema. Es decir, la democracia misma como forma de gobierno. Por eso, aunque aparentemente inexplicable, el gradual rechazo de los latinoamericanos a esta forma de gobierno tiene toda la lógica del mundo: “si todo lo he cambiado y las cosas no mejoran, buscaré cambiar lo único que aún no cambio, que es la democracia”. Y si bien la idea de una revolución es poco atractiva, los latinoamericanos expresan un tipo de lucha mucho más dañina: el 73% en la última encuesta de Latinbarómetro declara indiferencia. No les importa más si la democracia en su forma actual muere.

Por ello, estadista será quien haga que cambie esta decisión de indiferencia. El poder público carece de rumbo, cuando su rumbo debería ser mantener el sistema que permite que haya poder público. Y es que la gente estaría feliz incluso de pagar la multa, si siempre pudiera circular a más de 80 kilómetros por hora. Hasta aquí el consejo vial de tu Sala de Consejo semanal.

 

@arnulfovaldivia

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